Todos nos equivocamos. Todos juzgamos en base a nuestros propios sesgos inconscientes. Todos pensamos y actuamos según las experiencias que el destino ha dispuesto en nuestro camino. Todos queremos ser felices y priorizamos el bienestar de los nuestros… pero no todos tenemos siempre las mejores intenciones. Y para muestra, un botón. Llega el momento de explorar la rocambolesca historia tras los recelos más habituales que suelen invadir las mentes de quienes se aventuran por la senda de la dieta cetogénica.
No defiendo que el keto sea de seguimiento obligado por todos, en todo momento y para siempre. Tampoco afirmo que el sapo se vaya a convertir en príncipe en el 100% de los casos, no. Realmente hay quien no nació para alcanzar la plenitud desayunando huevos con aguacate y quien elegirá seguir con su vida de cereales y refrescos tras sopesar las renuncias que impone la dieta cetogénica contra sus potenciales beneficios. Ninguna objeción por mi parte. Dicho esto, la fama de peligrosa que arrastra, especialmente entre algunos gurús de la nutrición, no se sustenta ni por asomo. Y para mitigar tus más que comprensibles recelos, quisiera transmitirte (no con promesas, sino con hechos contrastables) la serenidad que te permita embarcarte en el mundillo keto con total paz espiritual.
Continuaremos por apaciguar los inevitables recelos iniciales y replantearnos ciertas “verdades supuestamente irrebatibles”, derribando algunos mitos nutricionales.